
Beneficiario de Trasplante
El 1 de abril de 2009 fue el día más feliz de mi vida. Ese día di a luz a mi hermosa hija: la hermanita que mi hijo siempre había querido y la alegría de una familia que ya se sentía orgullosa. Con toda esa emoción, también sentí alivio, no solo por haber tenido a mi segunda hija sana, sino porque ahora los doctores podrían examinarme para descubrir qué me había estado ocurriendo durante los últimos siete meses de embarazo.
A los tres meses de embarazo, mi piel y mis ojos se tornaron amarillos y mis niveles de enzimas hepáticas estaban elevados. Los doctores no sabían por qué, ya que era una mujer sana de 25 años y no había tenido complicaciones en mi embarazo anterior. Todo lo que sabía era que ahora mi bebé había nacido sana, y que por fin podían tratarme y encontrar la causa de mi enfermedad, que había comenzado durante el embarazo.
Dos semanas después del parto me hicieron muchos análisis de sangre y una biopsia de hígado. Después de cinco días de angustiante espera por los resultados de las pruebas, mi doctora se sentó conmigo y me explicó que tenía cirrosis hepática en etapa 3 con puentes fibróticos y en etapa terminal.
Le llamaron hepatitis autoinmunitaria inducida por el embarazo. Como enfermera durante los últimos seis años, sabía que esto no era nada bueno. Tenía miedo por mi vida. Lloré durante días, pensando en que mis bebés crecerían sin su mamá.
Los médicos me pusieron rápidamente en un régimen fuerte de esteroides y otros medicamentos para tratar de salvar mi hígado, pero después de tres años de terapia intensa, me enfermé gravemente por complicaciones de la cirrosis hepática y terminé en la unidad de cuidados intensivos del Hospital de la Universidad de Miami (UMH). Necesitaba un nuevo hígado. Esa era la única manera en que podría salir viva del hospital.
Después de dos meses en cuidados intensivos, recibí la llamada que había estado esperando con tanta paciencia: por fin había un donante compatible y me harían el trasplante de hígado con el que tanto había soñado y por el que había orado. Llamé a mi familia y besé a mis hijos, poniendo mi vida en manos de Dios y de los excelentes cirujanos de UM.
El 5 de febrero, después de tres horas de cirugía, salí de cuidados intensivos con un nuevo hígado, sintiéndome más bendecida y saludable que nunca. Despertar y ver a mis bebés y a mi familia fue lo mejor del mundo.
Cinco días y 65 grapas después, estaba lo suficientemente saludable para regresar a casa con mi familia. Desde entonces, he llevado una vida sana y sin complicaciones. Me siento normal otra vez, y ya ha pasado un año y medio desde la cirugía.
Pude ver a mi hija graduarse del kínder y a mi hijo convertirse en el Jugador Más Valioso de su liga de baloncesto. Me siento muy bendecida por haber recibido una segunda oportunidad de vida.
Gracias a la maravillosa y generosa familia de mi donante, hoy soy madre para mis hijos, esposa para mi esposo e hija para mi madre. Nunca podré devolverle a la familia de mi donante el maravilloso regalo que me dieron al decir “sí” a la donación. Rezo por poder verla algún día y agradecerle a mi ángel en el cielo.
- Jessica Escobar (Beneficiario de Trasplante)